El tener un familiar que se murió de suicidio deja huellas muy profundas en la vida de los seres queridos. Por el cual, es importante que en la comunidad cristiana, los amigos, los vecinos, intenten asumir formas de estar presente, de acompañar que pueden aliviar el dolor de los familiares.
En primer lugar, hay que evitar el riesgo de estigmatizar, por el cual, en un grupo que yo tenía de familiares de suicidados, tal vez los presentes decían “fui al supermercado a comprar algo y las personas cuando me vieron cambiaron de recorrido y susurraban entre ellos: esta es la mamá del joven que se suicidó, este es el esposo de esta mujer”. El primer riesgo que hay que evitar es esto, no juzgar, no estigmatizar, expresar solidaridad hacia la familia. Podríamos decir que la solidaridad puede también empezar durante el entierro, el funeral, es un momento donde todos se reúnen alrededor de la familia. Entonces hay que reconocer un poco que la situación que puede haber influenciado la persona haya limitado su libertad, por lo cual la iglesia en el pasado solía condenar al suicidio porque era un hecho contra la vida y la evaluación de la iglesia era moral, entonces era un pecado contra Dios, contra la vida y Dios es el único dueño de la vida.
Después de las ciencias humanísticas, de la psicología, de la psiquiatría, las personas se han dado cuenta que la persona que se suicida en este momento tiene la visión distorsionada, viven en la oscuridad, que los deprimidos conocen muy bien y toman esta decisión bajo la influencia de esta percepción distorsionada de las cosas. Por lo cual, no es sólo ahora un problema moral sino también psicológico, por lo cual nos entregamos a la persona a la misericordia de Dios, a su compasión y no al infierno, recordándonos también las palabras que Jesús pronunció en la cruz, hacia aquellos que lo habían crucificado: “Padre perdona a ellos, porque no saben lo que hacen” tal vez la persona en el miedo de su oscuridad toman una decisión que lo privan de muchas oportunidades, sueños, participar de un matrimonio, hacer experiencias de la vida.
Hay otras personas que lo han intentado y después expresan gratitud que no lo lograron porque ahora descubren o han descubierto el valor de la vida, de las personas, de sí mismos. Entonces es importante ayudar a los familiares a experimentar la cercanía de los demás. Por otra parte, no podemos quedarnos con el último hecho, del suicidio, hay que recordar la persona, su vida, sus fracasos, sus éxitos, sus talentos, sus valores, dar un nombre a esta persona, compartir los recuerdos con los familiares.
Otro reto para los familiares es aprender a perdonarse y a perdonar. Perdonar al ser querido para vernos heridos porque muchas veces, en las primeras etapas, los familiares pueden experimentar el sentimiento “¿cómo lo pudo hacer? ¿Por qué no ha pensado en mí? ¿Por qué no ha pensado en sus hijos?, mira todo lo que ha dejado en mi vida ahora, es un desastre”. Entonces tal vez hay mucho resentimiento en las primeras etapas, pero después el sentimiento que la mayoría de los familiares, amigos pueden experimentar es el sentimiento de la culpa, que tal vez se viste un poco de la ramificación social y se transforma en vergüenza. Es un sentimiento por no haber detectado signos en la persona que se suicidó, por no haber intervenido, por no haber podido cambiar las cosas. Entonces uno se siente culpable por algo que ha hecho, no hecho, dicho, no dicho y hay que ir perdonándonos, hay que ir reconstruyendo la vida.
Entonces, la persona y los familiares que viven este duelo necesitan tiempo para sanar las heridas. Pero no es el tiempo el que sana el dolor. El tiempo por sí mismo no sana. Hay personas que después de veinte y treinta años se encuentran peor que en el día del funeral. El tiempo no ha hecho nada, es lo que hacemos con el tiempo. Si nos involucramos con la vida, volvemos al trabajo, salimos a la calle, vamos a la iglesia, vamos al supermercado, el salir nos ayuda a reinvolucrarnos en la vida. Entonces, es importante ir sanándose por dentro y que los familiares aprendan a cuidarse, a recordar los aspectos positivos de la persona querida, aprenden a reconciliarse con lo sucedido, no juzgando el pasado con los sentimientos que tenemos hoy.
En aquel momento no lo sabíamos, entonces hay que reconciliarnos con estas facetas. Saber también que el amor por sí mismo, solo, no basta para salvar a una persona. Hay muchos padres que han amado a sus hijos, o a las parejas si son parejas, pero el amor no sirve para salvar, porque la persona en este momento lo veía de esta manera, su perspectiva era completamente distinta, lo veía todo negro, entonces los que viven tienen que ir valorando la vida, sembrando esperanza, sacando fuerza de los recuerdos positivos, valorando la fe y la esperanza de encontrarnos con nuestro ser querido en el más allá. Entonces hay que vivir también de esta esperanza, que nuestra vida sea iluminada no sólo por el dolor, sino por el amor, e ir siguiendo amando a los que se quedan y esperando de encontrar las personas que nos ha precedido de esta forma violenta en la muerte, perdonándolo y perdonándonos.
Psic. Lucía Bravo Robles
Cuidados al Final de la Vida y Tanatología