Cuando hemos podido atravesar sanamente el complejo proceso del duelo, comienza un proceso de adaptación emocional para aceptar la irreversibilidad de la pérdida. La muerte de un ser querido deja en jaque nuestra rutina diaria y nos obliga a elaborar esta noticia devastadora aceptando que la vida ya no podrá ser igual que antes.
La aceptación, se caracteriza por sentir una cierta paz en la que la rutina diaria comienza a tomar un mayor protagonismo en la vida del doliente. Además, no siente la misma imperiosa necesidad de hablar de su propio dolor porque se acepta finalmente la irreversibilidad de la muerte encontrando una reconciliación con la realidad. En este camino, será el doliente quien vuelva a tomar el protagonismo de la vida haciendo las paces con el dolor y pensando en el presente más que en el pasado devastador. Ya no se idealiza al ser querido perdido ni se lo invoca con sentimientos de culpa reencontrándose con la calidez de la familia y de los amigos lo que le permite establecer nuevas relaciones. No se trata de felicidad y alegría, sino que se llega débil y cansado luego de tantos meses de agotamiento físico y mental.
Luego de experimentar sentimientos de ira, bronca y depresión, se comienza a tener la esperanza de que se puede estar mejor y que la vida, a pesar de este dolor inmenso, tiene sentido. De esta manera, se busca una misión que cumplir en la vida para así estimular la esperanza en el futuro. Se trata de una etapa de evaluación personal y privada en la que el doliente hace su propio balance sobre la vida encontrando un refugio de paz donde aprende a vivir en un nuevo contexto en el que no estará ese ser querido. Se comienzan a analizar algunos beneficios subyacentes que se hayan podido obtener gracias al duelo como, por ejemplo, enfrentar situaciones del pasado irresueltas o bien aprender nuevas actividades hasta ahora impensadas para él o ella. En este momento de serenidad se puede nombrar a la persona fallecida sin excederse en las emociones ya que se ha creado un nuevo vínculo con esta pérdida sin que esto signifique su olvido.
Se acepta el desafío de vivir sin ese ser amado retomando hábitos y rutinas anteriores para combinarlos con una mirada sobre la vida producto del crecimiento personal estimulado por esta pérdida. Para que esta etapa de aceptación sea posible es necesario que el doliente tenga un rol protagónico en la elaboración del duelo a través de cada una de sus etapas. Para ello se debe salir del shock inicial que produce esta noticia para aceptar la irreversibilidad de la pérdida dando lugar a las emociones vinculadas a ella.
Para poder reconciliarnos con esta nueva realidad debemos iniciar durante este proceso un profundo diálogo interno ya que ocultar los sentimientos o retomar nuestra rutina como si nada hubiera sucedido son variables que pueden llevarnos finalmente a un duelo patológico en donde estas etapas no han sido debidamente elaboradas. Se trata de un recorrido interno necesario para reconstruir una vida estable en la que volvamos a tener proyectos y nuevos vínculos sin por ello pensar que nos estamos olvidando de este ser querido. Es necesario expresar adecuadamente el dolor sin temor a liberar sus sentimientos en cada etapa del duelo. Es decir, requiere que el doliente haya podido elaborar todos los sentimientos de rabia y negación que los había envuelto al recibir la noticia de esta dolorosa pérdida.
Recuerda que el tiempo que tardarás de adecuación será distinto en cada persona de acuerdo a diversas variables sociales, psicológicas y personales que influirán a la hora de procesar esta muerte. Por eso no te presiones frente a los deseos de sentirte bien como si todo fuera un mal sueño.
Psic. Lucía Bravo Robles
Cuidados al Final de la Vida y Tanatología